El mercado de mi barrio ya no monta belén alguno. Antes tenía, como casi todos, su belén. Con su poco de todo y sus buenos cuatro metros cuadrados. Ahora, con los tres árboles, el guarda tiene menos tarea. Será que se roba menos (menos bolas que figuras). Tres. Tres árboles. Cada uno de su padre y de su madre. Bonitos los tres. Los tres en los mismos cuatro metros cuadrados de ayer. Antes el mercado de mi barrio tenía belén y arbolito. Ahora no sé qué habrá sido del belén del mercado de mi barrio…
Vuelve la burra (el buey y la pluma) al trigo. Aquí yo, viendo pasar los trenes. Cuando se presenta un libro dicen que trata del amor y de la muerte. De lo de siempre. Lo de siempre incluye también el paso del tiempo. Del paso del tiempo y de lo que, inmisericorde, arrasa a su paso. Lo triste es que al pasar te deja tirado en una estación que se va vaciando de viajeros. Te quedas solo y a solas con tus recuerdos. En invierno -estación término- siempre hace frío.
Cuando era niño en casa teníamos un belencito de poco fuste y un arbolito venido de no sé dónde con unas bolitas de cristal que eran honra y prez de la casa. ¡Aún conservo alguna! ¡Qué bonitas eran aquellas bolitas venidas, según contaban, de Rusia! Digo yo que de tan lejos no vendrían pero medio siglo después aquí sigo, creyendo que venían de Rusia… ¡Qué pobrecito era, entre todos los belenes, mi belén! Y, sin embargo, ya sabía yo por entonces que, en el sistema solar de las Navidades, el belén -también mi pobrecito belén- era el astro rey. El árbol, sus luces, sus guirnaldas y hasta sus bolitas venidas de Rusia, no eran sino sus ángeles custodios; sus luces no eran sino el reflejo de la estrella que nos guiaba al portal.
Ahora en los comercios solo se ve chatarra navideña. El astro rey ya solo alumbra en lo oscuro. En tal o cual parroquia. En tal o cual comercio. En tal o cual casa. En las capillitas de los corazones. Militamos en la resistencia. Los grandes comercios, los que venden lo suyo y lo de los demás, no saben nada del misterio de nacer entre un buey y una mula. Tampoco los chinos. En los chinos se vende Navidad por cientos, pero los ratones del portalito se mustian en la estantería del queso rancio. Y de los suecos mejor ni hablar. No se vende lo que ya no se compra…
El que tenga memoria, mientras la tenga, que recuerde. Duerman en paz celestial los corazones cansados de los muertos. Venga el ángel a nosotros, los vivos, en la noche cerrada y fría del invierno. A nosotros, si es que entre nosotros queda un solo pastorcillo que pueda ponerse en pie. El mercado de mi barrio ya no monta su belén. ¿Dónde lo tendrán? ¿Dónde pasará la Navidad? ¿En qué oscuro rincón? ¿De dónde ha salido tanto árbol para un solo mercado? A sus pies, a los pies de los tres, aun así, el veinticuatro, entre cartones, nacerá el Dios de nuestros padres. ¡Zambombas! ¡Panderetas! Nacerá porque María sale de cuentas el veinticuatro… ¡Nécoras! ¡Besugos! ¡Jamones! Van las voces de los mercaderes atracando el sosiego del altillo de olvido y telarañas en que descansan ocho cajas (escondidas de Herodes). Cualquier día desaparecen (camino de Egipto). Como desaparecerán los ojos que os vieron.
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