Así, como por ensalmo, ya es, otra vez, cuatro. Cuatro de enero. Tiendo a creer en la aceleración del tiempo con los años. Como por ensalmo… Mientras tanto, todo sea por el roscón. En lo que se muerde estamos medio vivos. Algunos prefieren el panetone. Para todo hay tiempo. Cada mordisco tiene su hora. Lo complicado es acertar. Vivimos sin tregua. Un año más y, en cuanto se pone la olla, ajo y cebolla. La política atropella. A veces, elogio de aldea, quisiera perderme. En Extremadura, por supuesto. No sé cómo andarán las cosas por estepas, taigas, desiertos y sabanas, pero Extremadura (y su gente) sigue siendo un buen lugar para perderse. También en 2025. Aún en 2025. La dehesa y el toro. Con o sin estampita. El sagrado corazón de Jesús está conmigo. Eso se decía. Y se dice. Especialmente cuando la soga del vivir apresurado te aprieta a la altura del gaznate. Siga conmigo… Habrá quien se burle. ¡Qué más da! ¡Trae la burla tan poco frío a tu corazón ardiente! Ver lo que veo me hace volver los ojos hacia adentro, al fuego del lar, a la verdura de mis campos; y mientras descansan mis ojos en las llamas de tu corazón ardiente, prometo meditar antes de escribir. Escribir es disparar. Sea cual sea el motivo, por peregrino que sea. Sean sicarios los disparos o no lo sean. Tenemos una tendencia al odio, al mordisco en las cañillas de cualquiera que se llame otro. Del Misisipi al Guadiana. A las cenizas. A, con furia, aventarlas. A conveniencia y con mala baba. Dicen los que saben, y no deben ir desencaminados, que curar a los heridos y velar a los muertos nos hizo hombres (y mujeres). Niños (y niñas). ¿Lloverá? La magia de la noche de reyes dura lo que dura una flor de las que solo se abren en el minuto cierto en que el sol las mira. El arrobo en los ojos de los niños no dura más que un par de cabalgatas. Antes eres demasiado chico y después, como por ensalmo, demasiado mayor. Como por ensalmo otra vez… No debería llover. Llueve, no es de hoy la costumbre. Llueve, desde siempre, a destiempo. A deshoras. Llueve cuando el torilero descerraja la puerta de toriles. Cuando sale el Cristo. Cuando la Virgen le llora. Cuando muere un niño… Ahora y siempre, el que nace, padece. ¡Otra vez la unamuniana sombra que conmigo va! ¡Cuándo no hace frío en Salamanca! Allá en tu cementerio, según se entra a la izquierda, en un nicho -tan hecho trizas, tan hecho cenizas- tu arrebato ya rendido. Desde el uno de enero de 1937. Te enterraron cinco días antes de reyes, y ni siquiera hubo un minuto de tregua en los campos de España. España, mucha manteca para solo dos huevos. Reyes, regalen libros. Del derecho y del revés. Libros, y los muertos se los podrán llevar consigo. Nada calienta tanto los huesos en su cajón de madera y olvido como lo leído. Si acaso, una estampita. Una medallita de plata. La que fue de mamá… A puño cerrado, como si el corazón cupiese en el puño. Los roscones (y los panetones) se quedan en tierra. Tierra mía, dehesa, tan peinada, tan perfumada… que no te saquen de mis ojos mientras viva, mientras se me acelera el tiempo de ir a dar a la mar, mientras haya niños que crean en reyes magos, mientras ellos caminen de nuestra mano, antes de que, rojo de ira, el diablo avente sus cenizas. Que no llueva. Mas, si es Tu voluntad, Señor, que llueva.
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