Viene a librarnos de los bulos el político que más y con más descaro ha escarnecido la verdad en España. Viene a regenerar la prensa. Y no le tiembla el pulso. El no va más.
Urtasun, comunista a tiempo completo y, ocasionalmente, Ministro de Cultura, ha sido el ufano vocero del dislate. En fin, que Urtasun pretenda intervenir los medios -aspiración, por otro lado, propia de todo comunista- no debe sorprendernos. De todos es sabido que el periodismo, además de para alguna que otra fruslería, está aquí para sacarle los colores a los poderosos. Y entre los poderosos, a los más poderosos, a los que ocupan el poder político. Renunciar a esta tarea es pasar de periodista a pendolista. Nunca me ha gustado demasiado eso del cuarto poder, pero algo de cierto hay en tal expresión. La libertad de todos necesita de la prensa. Sin renuncias. Tal y como la prensa necesita de la libertad. Sin renuncias. Lo demás es censura. Descarada o de tapadillo. No todas las censuras son las que sueña Urtasun, es decir, las propias de los regímenes totalitarios. Las hay disimuladas, propias de todo régimen (porque a los poderosos, cualquiera que sea su cuerda, no les gustan las críticas). A Sánchez, por ejemplo, ese Sánchez que llamaba en tono amenazante a los articulistas para que ajustaran las columnas a sus intereses. Ese es nuestro “libertador”. Ese, el que quiere atribuirse el derecho a decidir quién es periodista y quién no, quien escribe y quien calla. Ese. Y Urtasun, su vocero comunista.
No obstante, el objetivo me parece un tanto desmedido para un gobierno encuerado que chapotea en un charco parlamentario. Yo más bien creo que, aunque responda a la muy marcada tendencia autoritaria de Sánchez, esto no es sino la enésima cortina de humo para hacernos olvidar que estamos ante un gobierno sin presupuestos, sin agenda legislativa y bajo la presidencia de un individuo cercado por la corrupción en su propia casa. De hecho, se trata de una norma vaga, entre otras cosas, porque la prensa ya está regulada por más de una y más de cien normas. Y desde hace muchos años. Quizá haya que recordar que nuestro ordenamiento jurídico regula detalladamente la libertad de expresión y sus límites, en especial los derechos al honor y la intimidad, regula también el derecho de rectificación y, por supuesto, tipifica como delitos las calumnias y las injurias. Además, la prensa como actividad económica está milimétricamente sujeta por todo tipo de normas sobre licencias, trámites, límites, garantías y hasta sobre cómo se deben repartir los dineros públicos destinados a publicidad (que esa es otra, y casi siempre la clave del asunto, porque publicar un periódico no es solo dar culto a la libertad de expresión, es también, y siempre, pagar las nóminas a final de mes).
Termino. El periodismo debe vigilar al poder, no el poder al periodismo. La prensa tiene la alta tarea de informar y opinar libremente sobre los gobernantes. Este es uno de los pilares de la democracia. Lo otro, además de aberrante, es un liberticidio. Una reforma de la prensa sin la prensa -sin los periodistas ni sus editores- es inadmisible. Sánchez hace lo que puede y sospecho que si pudiera haría más (y peor). En nosotros está decir no. ¿Regeneración política? Quizá la regeneración debiera empezar por Sánchez y su familia, pero de lo que no hay duda es que la regeneración de lo público no podrá empezar hasta que el sátrapa abandone el poder.
Deja una respuesta