Yo soy de natural vanidoso. Ahí llevan la prueba. Comenzar con un “yo” es prueba irrefutable de cierta soberbia. Vanidad en tinta impresa. Ahora resulta que un concejal pacense ha cincelado su nombre en piedra. ¿Quién que sea vanidoso, mucho o poco, no quiere ver su nombre en piedra? La excusa es la conveniencia de dejar perpetua memoria de haber ordenado la limpieza (restauración o como quiera llamarlo) de la escultura de Carolina Coronado en el parque de Castelar. ¡Anda! Muchos le han afeado el exceso. Retirar la placa hubiera sido una manera honorable de salir del entuerto. Nadie está libre de un mal día. O de una pésima ocurrencia. En todo caso, los reconocimientos, mejor si no los ordena el reconocido.
En la plaza de Barcarrota un azulejo recuerda que allí indulté un toro. En realidad lo indultó el pueblo sabio de Barcarrota, yo me limité a sacar el pañuelo naranja. Se llamaba Zorrero III, era del hierro de José Luis Iniesta y lo lidió Miguel Ángel Perera. Paso, leo y pienso que nada es tan grato al hombre como su propio nombre (que si no es un refrán, bien pudiera serlo).
Yo (y dale) soy de sentarme en la última fila a la espera de que el encargado del protocolo tenga la deferencia de señalarme un mejor acomodo. Si lo piensan, es un ejercicio de vanidad especialmente taimado. Lo sonrojante es sentarse en primera fila y que te levanten. De ese bochorno se salvó de chiripa otro concejal (en realidad, el mismo) hará unos días. Circula por ahí una foto de los asistentes a la misa de despedida del arzobispo Don Celso Morga en que el muy ufano concejal, henchido de gas helio, ocupa la primera fila por delante de Guillermo Fernández Vara, que fue, tal vez lo recuerden, Presidente de la Junta de Extremadura y que es, tal vez lo sepan, Vicepresidente del Senado. Sangrándome aún los ojos, pregunté al que fuera largos años encargado de estas cuestiones en el arzobispado pacense -el ínclito Don Felipe Albarrán- si el hecho de representar al alcalde pudiera justificar el orden de preferencias aplicado y, sin dudarlo, me contestó que no, que nunca. No, no se trataba de un acto municipal, sino diocesano, y no, no es de aplicación el protocolo municipal. Llovía sangre sobre mojado. Que no digo yo que no fuera un segundo resbalón… Sea como fuere, el asunto me recuerda ese chiste que con tanta gracia contaba Chiquito de la Calzada sobre aquel concejal de Cuenca al que la policía local multó en Madrid. “¡No saben ustedes quién soy yo, yo soy concejal de Cuenca!”, bramó el edil, a lo que contestaron los policías que eso en Madrid era “absolutamente irrelevante”. Abatido, remató el concejal: “¡En Cuenca también!”
Termino. Cuando veo mi azulejo, el de Barcarrota, avergonzado me preguntó cómo es posible que esté colocado a mayor altura que el de la Virgen del Soterraño. Ustedes perdonen.