Clint Eastwood estrena película a los 94. Años. Por si sirviera de atenuante diré que la rodó con tan solo 93. Años. No sé lo largas que fueron las sesiones de rodaje ni si tuvo que dar una o más voces. Con o sin ayuda, en los títulos de crédito aparece como director de “Jurado Número 2”. Un título feúcho para una película guapita de cara. Al menos así me lo parece a mí. A los que conmigo asistieron a la proyección tampoco les defraudó. La mayoría salía con el pensamiento vuelto hacia adentro. Un final a puerta fría y callo (por no destriparlo); un dilema moral que cayó del cielo (como todos).
El bien y el mal. Las dos orillas de un mismo río. Todos, antes o después, nos enfrentamos a dilemas morales. Pequeños dilemas los más. Algunos, los menos, dilemas que hieren de por vida. Esos merecen pantalla grande sin palomitas. Merecen un buen guion… Al ver la película del veterano director resulta imposible no traer a colación “Doce hombres sin piedad” y a su guionista, Reginald Rose. Los más cinéfilos quizá prefieran la película del 57, la de Sidney Lumet y Henry Fonda. Yo me quedo con la versión que para televisión dirigió Gustavo Pérez Puig en 1973. La de José María Rodero. Y los otros once. ¡Vaya doce sin piedad! Aquello, de niño, me dejó temblando las meninges. José María Rodero, Jesús Puente, Pedro Osinaga, Luis Prendes, Manuel Alexandre, Antonio Casal, Sancho Gracia, Carlos Lemos, Ismael Merlo, Fernando Delgado, Rafael Alonso… y José Bódalo. ¡Casi nada Bódalo!
Y, sin embargo, a mi edad, esta nueva película me ha devuelto, si cabe, aquel combate interior entre el bien y el mal. Dos enmascarados con razones suficientes, porque hasta el mal tiene sus razones, y, en ocasiones, especialmente convincentes. El cine de trama judicial da pie, además de a intrigas, a ciertas honduras morales. En general todo el cine de Eastwood es el retrato de un hombre, generalmente un hombre solo consigo mismo, entre el bien y el mal. Con o sin pistola. En este caso, sin pistola.
Indudablemente se trata de una película de bajo presupuesto. Casi un telefilme. Solo las magníficas interpretaciones de sus protagonistas la salvan de caer a esa ominosa segunda división del cine. Tanto el protagonista, Nicholas Hoult, como su antagonista, Toni Collette, están soberbios. El asesino y la fiscal. Y no destripo nada, porque aquí el quid no está en saber quien es el asesino sino en saber que decisión tomará. Una pregunta que alienta una cinta rodada con elegancia. Envuelta en aroma a cine clásico. Quizá Eastwood sea el último clásico del cine. Al menos de mi cine. Un cine extinto. O casi. Si algo ha caracterizado a Clint Eastwood como director es ser ajeno a modas, tener un sello propio y no caer en la trampa de darle al público o a la crítica lo que devoran. Con o sin Oscar.
Así que sí, vaya a verla y verá la más dura pelea de todo hombre, la que le enfrenta a sí mismo. La condición humana y la eterna congoja de tener que escoger entre salvarse o condenarse. Un drama judicial que, como casi todos, tiende al fatalismo. Al resbalón, a la caída… La Warner parece que no estaba por la labor de estrenarla en los cines. Aquí, en España va como un tiro. Véanla. Y vean, vuelvan a ver, “Doce hombres sin piedad”, la de Rodero, la de Bódalo… La tienen en internet. Al final Clint Eastwood ha resultado ser aún más duro de lo que parecía.
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