Hará unos días coincidí en Alicante con Carlos Caballero. Carlos Caballero, para quien no lo sepa, es el historiador de referencia en torno a la División Azul. Decenas de libros sobre la 250 llevan su firma, incluido el último, “Voces de la División Azul”, obra monumental que viene a poner a disposición de los interesados en aquella gesta una ingente cantidad de interesantes testimonios. Coincidí con él en la presentación de un libro. En el turno de preguntas alguien mencionó lo de Malagón. Malagón es un pequeño pueblo de Ciudad Real en las lindes de Toledo con el que Carlos tiene apretados lazos familiares, circunstancia esta última que le llevó a tropezar con el llamado pleito de Malagón y a publicar en 2004 un artículo sobre un asunto que había permanecido olvidado para cuantos escribieron sobre José Antonio Primo de Rivera: el pleito de los campesinos de Malagón por la propiedad de sus tierras. Así que los presentes, como no podía ser de otra manera, pedimos a Carlos Caballero que nos ilustrara sobre el asunto. Y bien que lo hizo.
Que yo sepa de este asunto solo se han hecho eco el también historiador, amén de sacerdote, Ángel David Martín y José Antonio Martín Otín en su obra “El hombre al que Kipling dijo sí” publicada allá en 2005. El asunto tiene su miga en tanto que revela ciertos perfiles del carácter de José Antonio Primo de Rivera de enorme interés para entender su vida política posterior.
Todo se remonta a los viejos derechos feudales. La burguesía liberal, al llegar al poder en el siglo XIX, maniobró para conseguir la propiedad de las tierras desembarazándose de la extraña maraña de pactos que vinculaban a señores y vasallos. Tal ocurrió en Malagón, Fuente del Fresno y Porzuna. Las tierras del Ducado de Medinacelli pasaron a manos de particulares sin atender a los derechos seculares de los campesinos que las cultivaban. El pleito estaba servido. Los agricultores acudieron a la Justicia en reclamación de la propiedad de lo que consideraban suyo. En su última instancia -en casación ante la Sala Primera del Tribunal Supremo- su abogado fue un muchacho de veinticuatro años llamado José Antonio. A este pipiolo en leyes primero le ofrecieron el pleito los señores pero acabó, sorprendentemente, defendiendo a los campesinos. En su brillante alegato final reclamó la atención de la Sala sobre el fondo moral del asunto, al tiempo que sostuvo que entre una posesión varias veces secular y un título advenedizo que se desentendía de los derechos de los campesinos, habría de ser aquella mucho más respetable. Y ganó. Es decir, ganaron los campesinos.
Aquello ocurrió en 1927, seis años antes de que José Antonio fundara FE y nueve antes de que fuera fusilado. Y ciertamente es un hecho significativo. Primero, obviamente, porque pone de manifiesto la pericia forense de este jovencísimo abogado. Y segundo porque, pudiendo escoger, escogió, no a los de su clase, sino a los campesinos.
El 23 de octubre de 1927 Malagón recibió en loor de multitudes a su joven y triunfante abogado. A su libertador. Unos cuatro mil malagoneros, la mayoría agricultores, blusones negros y azules, le vitorearon. Recorrieron el pueblo, celebraron un banquete en el Casino y luego se fueron a la Ermita del Cristo del Espíritu Santo, donde José Antonio, tras orar, se dirigió a los congregados en agradecimiento por las muestras de cariño recibidas. Aún hoy hay una calle en Malagón llamada Calle del Abogado José Antonio (aunque les pese a los partidarios de levantar más polvo del necesario).
Carlos León says
¡ Nada sorprende de la brillante vida y muerte de José Antonio!.
Ni de la esperanza que su doctrina aún suscita.
Francisco Rodríguez says
Tres pilares fundamentales sostienen el legado espiritual de José Antonio, que está hoy tan vigente como en 1936.
1 El ser humano.
2 La Justicia social. (Hacia estos campesinos, por ejemplo)
3 La patria española como unidad de destino en lo universal.